

Mientras los servicios de extinción de incendios forestales debaten las estrategias para hacer frente a los nuevos fuegos capaces de quemar 100.000 hectáreas en una sola noche, y con una clara tendencia a la profesionalización de los servicios de prevención y extinción de incendios en España, la pregunta sobre si es necesario, o no, implicar al voluntariado en las tareas de prevención y extinción de incendios forestales es recurrente y siempre candente.
Quizás para el personal ajeno a los servicios de emergencia, el panorama pueda parecer el de siempre. La escena terrorífica de las llamas quemando un bosque. Pero los que algo sabemos de esto, conocemos y comprobamos como en los últimos años, y agravado por el cambio climático y la presión en la extinción, nos enfrentamos a monstruos de fuego cada vez más grandes capaces de superar con creces la capacidad de extinción de nuestros dispositivos.
En los últimos años hemos conseguido mejorar y perfeccionar nuestras técnicas de extinción. Somos capaces de conseguir una capacidad de extinción de 10.000 kilovatios por metro de energía, pero asistimos impotentes a incendios, como los de este verano en Portugal, que superan los 140.000 kilovatios por hora, y arrasan 100.000 hectáreas en una sola noche. ¿Cómo hacer frente a esto? ¿Con más bomberos profesionales? ¿con más medios aéreos?
Los megaincendios son cada vez más frecuentes, si, pero representan una bajísima cifra del total de incendios forestales. Nuestra (casi) perfección en la extinción nos hace conseguir que alrededor del 80% de los incendios forestales queden en conatos (no superiores a una hectárea), y del 20% restante, conseguimos extinguir un 18% con relativa facilidad. Pero ese 2% que se nos escapan se convierten en masas imparables de llamas que recorren nuestros montes que, durante décadas han estado abandonados y carecen de una gestión adecuada, hasta llegar a las puertas de las casas en los núcleos urbanos, que cada vez más, carecen de separación y se confunden con los terrenos forestales. Tenemos pues, otro problema añadido, los incendios de interfaz urbano-forestal (IUF).
Como les decía, estos incendios son poco frecuentes en comparación con el total, pero cuando se producen, arrasan todo a su paso, generan pérdidas humanas, materiales y millonarias pérdidas económicas. Su infrecuencia en el tiempo e imposibilidad de localizarlos geográficamente, hace imposible combatirlos con más medios de extinción profesionales. Sobredimensionar los dispositivos profesionales para ser capaces de combatir un megaincendio en su zona de actuación, que quizás nunca se producirá, hace inviable económica y materialmente esta medida. Y es ahí donde entra el voluntariado. En países que nos llevan la delantera en esta materia, como Estados Unidos, el fuego ya se combate desde
hace años, también con programas de voluntariado que no solo apoya en las labores de extinción, sino que trabaja también en materias tan importantes como la concienciación o la divulgación de la cultura preventiva. Realizan trabajos de defensa en la interfaz urbano-forestal y, en última instancia, producido el incendio, supone un importante refuerzo mediante formación (mucha formación) y medios adecuados a los dispositivos profesionales de extinción.
En España no es nada nuevo para algunas comunidades autónomas, como la catalana, que lleva trabajando en ello desde mitad de los años 80, cuando mediante el proyecto “Foc Verde”, se crean las Agrupaciones de Defensa Forestal (ADF), compuestas principalmente de personal voluntario y medios adecuados y que, plenamente integrados en el sistema de prevención y extinción de incendios forestales de la Generalitat de Catalunya, constituyen un importantísimo aporte a la capacidad de extinción catalana.
Es, finalmente, cuestión de tiempo que las administraciones comprendan que las nuevas generaciones de incendios forestales no pueden combatirse a base de dinero. Contratando más aviones, más bomberos forestales o más maquinaria pesada. El futuro de los incendios forestales pasa, entre otras muchas cosas, por una base de voluntariado en cada zona forestal, perfectos conocedores de su territorio, de sus riesgos, que trabajen principalmente en la difusión de la cultura preventiva y de la autoprotección, y que cuenten con formación y medios para actuar, integrados en las estructuras del sistema de protección civil, en los dispositivos de extinción de incendios forestales. Y en este ámbito, las agrupaciones de voluntarios de protección civil, están llamadas a jugar un papel fundamental.